CRITICA LITERARIA


CRITICA LITERARIA





Reseñas publicadas en el diario La Nueva España y la revista Clarín.










Maridos

Ángeles Mastretta

Seix Barral, 2007

259 páginas





ENCUENTROS Y DESENCUENTROS AMOROSOS







Una tarde, Julia Corzas abre la puerta a su tercer marido. Deciden jugar al ajedrez. Ella le cuenta diferentes historias de amor y desamor, maridos y mujeres, viudas, infidelidad, primeros besos, y pérdida de la ingenuidad con que un día creímos poder vivir junto al otro.

Ángeles Mastretta reúne aquí distintos relatos, no demasiado extensos (algunos tan sólo de unas líneas) en los que lleva a cabo una investigación casi antropológica de los encuentros y desencuentros a los que el amor nos conduce. El desencanto, y una visión lúcida y reflexiva sobre la realidad, nos ofrece en estos relatos un retrato fiel de todo aquello que hemos vivido –o viviremos en el futuro- en el inestable e irracional territorio del amor: “Según la terapeuta se nos dan las relaciones disfuncionales, pero qué saben las terapeutas, lo mismo que antes sabían los curas. Nada. A veces oír. Disfuncionales somos todos” Y eso deja patente en este libro la autora: nuestro carácter voluble y el escaso o nulo control que nosotros podemos imponer al inverosímil, en muchas ocasiones, devenir de los hechos. Mastretta analiza con lupa cada comportamiento (“Mil años de vida juntos conducen a una comprensión del otro que a veces parece idiotez”), cada mirada, y utiliza el sarcasmo, la ironía más afilada y el humor, para reflejar nuestros enredos cotidianos.

Se presenta aquí a los hombres como sujetos débiles, inestables, cobardes, es la mujer la que impone el orden en el caos, la que deja las cosas claras, la que decide, también, callar todo lo que sabe. En un momento dado, una de las mujeres que aparecen en esta obra le dice a su marido: “Si tú no sirves para cumplir promesas, yo debería servir para cumplir amenazas”. La autora nos describe aquí a mujeres fuertes, que saben lo que quieren y luchan por ello, pero mujeres ante todo cuya sabiduría las conduce al perdón (aunque ellos busquen y olviden la redención con un simple parpadeo). En otro de los relatos, la mujer se pregunta si cierta frase que ha escuchado por ahí tendrá en realidad sentido: “Había oído decir alguna vez que la mujer ideal es la que se convierte en pizza cuando el hombre ideal termina de hacer el amor y cae en un ataque de hambre”. Mastretta sigue ofreciendo ese prototipo de hombre miserable y con pocas luces, tosco (“Había empezado a tener hijos desde que empezó a entrar en ella su marido, que no pedía permiso de paso”), egoísta (mujer que lleva once horas de parto y cuando el marido entra en la habitación le dice: “No te imaginas qué día tan pesado he tenido”) pero elabora dicho retrato con agudeza, donde su ingenio brilla con luz propia: “Bien lo iba diciendo en todas partes su vecina: cuando el marido de la señora Fez pasó a mejor vida, ella también pasó a mejor vida”.

Ángeles Mastretta deja clara su postura ya desde la portada elegida para este libro, en ella se muestra la mitad de una naranja, pero esa mitad se exhibe jugosa, resplandeciente, como preguntándose si realmente es necesaria la otra mitad. Y la autora nos recuerda entonces algo imprescindible: “Claudia sabía que quien aprende a estar solo aprende a saber lo que quiere”. Encontramos aquí varias lecciones magistrales para nuestra vida cotidiana, algunas aplicables sólo en caso extremo de viudedad o infidelidad no consentida, otras en cambio muy útiles a la hora de enfrentarnos a nosotros mismos: “Todo menos pelearse consigo misma a esas alturas”. Lo que realmente hemos de tener siempre presente es que, como bien dice una de las maravillosas mujeres que habitan estas páginas, “la vida se trata de cerrar los ojos y abrir las manos. Todo lo demás está hecho de rencor y rencillas. No vale la pena detenerse en eso”.















Naturaleza infiel

Cristina Grande

RBA, Barcelona, 2008

142 páginas





GOLPE DE MAR







Éste no es un libro común. Cristina Grande posee un estilo muy personal, tanto en su modo de narrar como en las historias que cuenta. En este caso podría tratarse de una novela fragmentada en capítulos en aparente desorden o caos, sin embargo, la autora nos ofrece una historia perfectamente cimentada, e hilvanada, sin cabo suelto alguno, a modo de breves relatos, que en dicha brevedad nos descubren el talento de esta escritora.

La vida de la protagonista cambia cuando su padre muere de forma repentina –lo que ella conoce como “un golpe de mar”- y no sólo la suya sino también la de su hermana y su madre. Tres mujeres y tres formas de enfrentarse al dolor muy distintas. Mujeres fuertes e independientes pero no por ello libres de las debilidades que todo ser humano padece o que se acentúan en ciertos momentos.

La prosa de Cristina Grande posee un ritmo vertiginoso, que se detiene, sin más, en un instante determinado para explicar hechos que en un primer momento nos parecen del todo superficiales, como el cambio que se produce en el hogar de Renata cuando al fin se deciden a comprar un lavavajillas. Un hecho concreto y de escasa importancia como ése nos revela, mediante las diferentes reacciones de cada una de las mujeres de esta historia ante dicho objeto, sus carencias, de las que ahora parecen desprenderse con un simple lavavajillas. Al menos, ese esfuerzo diario, inútil (“El esfuerzo nunca ha sido garantía de nada. El esfuerzo sigue pareciéndome un timo”) y eterno, de fregar los platos, se soluciona con un electrodoméstico (“Para mí, el futuro empezaría el día en que todo se arreglase sin tener que hacer esfuerzo alguno, de la misma forma en que todo se había estropeado antes tan fortuitamente”).

La madre enseña a sus hijas la importancia de “no depender económicamente de ningún hombre” pero más tarde todas descubren, madre incluida, “que las peores dependencias no son las exclusivamente económicas”. Mujeres por tanto independientes (“No tener que dar cuentas a nadie era la auténtica libertad”) y sinceras, con las cosas claras (“El complejo de culpa debilita una barbaridad y te impide hacer ciertas cosas”), que en un momento determinado pierden el norte, el dolor les desdibuja el camino: “A veces, incluso me parece increíble haber pasado por en medio de tanta tristeza y remordimiento sin haber sufrido daños aparentes”.

Cristina Grande escribe con una espontaneidad innata, con naturalidad y grandes dosis de realismo; utiliza el humor de forma inesperada, logrando así que el nudo en el estómago provocado al lector en la página anterior se convierta en sonrisa o carcajada: “Ese día, en su casa, me ofreció una patata chafada en un plato blanco de Duralax. Dijo que suicidarse era de muy mala educación”. La madre se preocupa del futuro de sus hijas, pero la protagonista de esta historia lo define con mayor exactitud: “Por suerte, ella se preocupaba de las cosas prácticas, no de la salvación de mi alma”. Y de la sonrisa ingenua nos conduce al retrato más crudo de la realidad, el aguijón del pasado que nunca podremos extirpar del todo: “Mi madre teme al pasado. Siempre lo recuerda mucho más negro de lo que fue. Lo teme como a uno de esos insectos que ponen sus huevos en las heridas abiertas de los humanos”.

Finalmente, la protagonista nos regala toda una declaración de principios para sobrevivir al naufragio: “Hay gente que nunca tiene bastante en la vida, que sólo sabe quejarse de las pegas que van saliendo y que no aprecia lo bueno que le ha tocado, suele decir mi madre. A la larga, ella se siente una mujer afortunada y no soporta que la compadezcan. Mi madre –como mi abuela- es de las que no va al médico porque sus males siempre los ve pequeños. Para que las cosas salgan bien, hay que pensar que van a salir bien, eso como mínimo. Y hay que saber elegir, y saber resolver las cosas cuando no se ha elegido bien”:



















Cristina Peri Rossi

Cuentos reunidos

Lumen, Barcelona, 2007

703 páginas



CANTAR EN EL DESIERTO







Cristina Peri Rossi reúne ahora en un solo volumen todos sus relatos, procedentes de otros libros y algunos inéditos. La portada del libro refleja fielmente toda esa multitud de personajes que luego nos encontramos, cuyos sombreros de colores diversos y el rostro que no vemos nos lleva a preguntarnos por sus vidas, sus anhelos, miedos y deseos. Este poder de atracción, de despertar nuestra curiosidad, de sumergirnos en historias que aún desconocemos, es una de las principales virtudes que descubrimos en este libro nada más abrirlo. La autora nos confiesa en el prólogo: “Es un género que amo, como lectora y escritora, al que regreso siempre, y al que seré fiel durante toda mi vida. Me gusta la gramática del cuento, su estructura, su brevedad (he escrito algunos relatos largos también) y el hecho de que hay que prescindir de lo accesorio, de lo poco significativo. La mayoría de las veces mis personajes, como los de Kafka, no tienen nombre, porque sería un dato innecesario: el relato tiene una economía tan implacable como la poesía”. Poco más cabe decir. Su amor por este género lo demuestra en cada página, así como su talento. También, un prodigioso dominio de la técnica narrativa, diferentes registros, buen gusto a la hora de reflejar un tono quizá más agrio, más comprometido con la realidad, para el que utiliza como herramientas fundamentales un sarcasmo e ironía muy personales. Cristina Peri Rossi nos demuestra su maestría a la hora de enfrentarse al cuento, ese “mecanismo de relojería donde cada palabra es imprescindible”. Sincera, audaz, lúcida, divertida y muy cercana. Hay dos elementos claves para Peri Rossi: la primera frase (“La primera frase de un relato es decisiva”) y la última (“Para esa unidad de efecto de la que habla Edgar Allan Poe, tan importante como la primera frase es la última. A veces, se trata de un golpe definitivo, de un K.O. magistral. Pero, en otros casos, conviene a la emoción que se desea causar un final ambiguo, abierto, lleno de incertidumbre”). El círculo se abre y se cierra con la perfección exacta en el momento adecuado. Todo ha sido calculado al milímetro. La primera frase es impactante, siempre, y el final deslumbra, nos inquieta, o nos golpea de forma brusca, seca.

Para la autora el cuento significa algo más que el relato de una historia: “Los relatos son siempre una especie sofisticada de parábolas y moral del término, aunque la forma haya evolucionado muchísimo. Y son parábolas porque los seres humanos, a diferencia de los animales (por los que siento gran respeto y cariño) aprendimos a través de las historias”. Y sentimos esto al leerlos, esa especie de visión, o de luz al final del camino, descubrimos algo, nos reflejamos en alguna conducta o algún personaje. Cristina Peri Rossi se nos revela bajo estas páginas como chamán: cada relato esconde una revelación. Aprendemos, sin duda, algo: “Un cuento es una ficción que esconde una verdad a veces difícil de asumir”.

Encontramos aquí musicalidad, ternura y erotismo, deseo, dolor, vergüenza, miedo… No es difícil que alguno de estos personajes nos resulte cercano, conocido incluso, querido u odiado. A veces reina el absurdo, el surrealismo, nos recuerda a Cortázar, otras la angustia de Kafka, la prodigiosa lucidez de Borges, incluso el relato futurista de Huxley, pero siempre permanece latente la singularidad, la sorprendente originalidad de la autora. Cristina Peri Rossi posee un universo particular, muy personal, de enorme riqueza. En ningún momento abandona la denuncia ante la injusticia, el compromiso, frente a una sociedad del todo equivocada: “Los sobrevivientes de esas noches de torturas y de dolor, nacían con el signo de la resistencia y la fortaleza”. Rescata también el mundo de los sueños, de lo inalcanzable: ciudades de nombre Luzbel…Encontramos relatos que esconden casi un tratado filosófico o metafísico, historias que nos hacen reflexionar: El museo de los esfuerzos inútiles, Los desarraigados, La cabalgata, El mártir… Nos habla de la fragilidad humana, del azar, del destino, del amor y las relaciones (“Para él, la realidad era un cuadrado. Para ella, la realidad era una circunferencia”), o un cuento se nos muestra como una terrible premonición (en La Rebelión de los niños hallamos una nota de la autora donde confiesa que éste se convirtió en una premonición de lo que más tarde sucedería: golpe militar). Otro de los elementos clave en la prosa de Peri Rossi es la “vuelta de tuerca” que consigue dar a todo lo imaginable: “A las cuatro me llamó mi psicoanalista. Estaba muy angustiado: había descubierto al segundo amante de su mujer”. En La oveja rebelde su protagonista decide golpear ovejas mentalmente hasta acabar con ellas para alcanzar el sueño, así se queda plácidamente dormido, en Suicidios S.A. nos descubre que “la ciudad protege a los suicidas. Se han construido expresamente viaductos, puentes y acantilados a fin de que los hombres y mujeres decididas a suicidarse puedan ejecutar el acto con las mayores garantías de éxito”, en El juicio final, cuando Dios se le aparece a un pobre hombre que se dirige a su oficina ocurre lo más inesperado: “Entonces, extrajo del bolsillo interior de su chaqueta unas cuartillas escritas a máquina (era un hombre prolijo) y calándose los lentes (sufría una moderada presbicia) comenzó a leerle a Dios la lista de cargos que durante cincuenta años había acumulado contra él, de forma imparcial, como un anónimo investigador que ha seguido a un sospechoso sin que éste se diera cuenta”. Más tarde, en El ángel caído (ganador del premio “Puerta de Oro” en 1985) narra una especie de relato futurista donde un ángel caído “cae” en un mundo en ruinas, cruel y sin sentido, y donde una señora decide sentarse a su lado y acompañarle mientras suenan las sirenas para que la gente acuda al bunker. Finalmente, Una lección moral nos enseña cómo no debemos tratar a un enemigo, ya que nuestra bondad puede hacerle creer que no ha hecho bien su trabajo e incomodarle nuestra falta de atención.

Cristina Peri Rossi disecciona a sus personajes, su psicología, sus pensamientos más profundos e inconfesables, lo sabemos todo sobre ellos, tal y como son, al desnudo: “Y lo que quería el doctor Minnous, esa noche, era acariciarse los senos, como si fuesen enormes, rodearlos con los dedos, resbalar hasta los muslos, bailar, bailar, como una corista, mientras Diane Warwick, en el compact murmuraba: Ser mujer es maravilloso”.

En el cuento que cierra este volumen, Cantar en el desierto, una mujer canta en el desierto como una sirena varada a la que nadie escucha. Me pregunto si ésta no es la metáfora perfecta que resume el silencioso trabajo de orfebre que realiza en soledad Cristina Peri Rossi hasta llegar a nuestras manos.











Toni Morrison

Una bendición

Lumen, Barcelona, 2009

189 páginas





A GOLPE DE LÁTIGO







Esta es la historia que sólo una mujer comprometida puede escribir, un compromiso que vela por la injusticia, por el pasado, por ese mundo de oscuridad que no conocimos y sin embargo sigue presente en nuestros días: discriminación, poder… La esclavitud que sufren los personajes de esta historia consigue recordarnos ciertas actitudes y posturas aún vigentes. El mundo ha cambiado pero no los lugares más inhóspitos del alma humana, aquellos en los que una vida no vale apenas nada. Morrison indaga en dichos rincones, en lo más profundo, allí donde pocos se atreven a adentrarse, donde nos negamos a reconocernos. Aquí demuestra su extraordinario talento, y trayectoria, como narradora, pues la fluidez de su discurso y la magia que consigue trasladar a esta historia demuestran un dominio absoluto de la palabra, que transforma, y convierte en singular herramienta de denuncia y también de revelación, de conciencia que exige ser escuchada, descubierta.

Su antiguo amo vende a la pequeña Florens. En su nueva casa descubrirá el amor en la figura del herrero que irrumpe en sus vidas para trabajar en la nueva mansión y también para curar de manera milagrosa a la sirvienta. Con él Florens descubrirá la pasión, el desorden que provocan ciertos sentimientos, esas ataduras que hasta entonces desconocía, tan diferentes, pero no del todo contrarias, a las que conoce como esclava. Sin embargo, el desengaño la convertirá en una mujer salvaje, cuya pasión ha sobrepasado los límites que ni tan siquiera conocía.

Cada mujer de esta historia nos narra su experiencia de un modo distinto, su condición de objeto, de herramienta de trabajo, de carga, de moneda de cambio; la esclavitud se describe de forma íntegra, en su dolor, en la agonía de los que sufren el látigo, los golpes, las violaciones, la humillación constante. No obstante, la libertad aparece no como esperanza u objeto tangible pero sí como parte de un futuro incierto que intuyen de algún modo, algo que saben no conocerán hasta muchos años después, pero cuya certidumbre, pese a los golpes de la realidad cotidiana, no les abandona.

La crueldad que aquí sentimos se justifica por cualquier medio, lo irracional pesa más que la cordura: “Aquellas eran unas leyes ilegales que estimulaban la crueldad a cambio de una causa común, si no de la virtud común”. El uso del látigo podía utilizarse en nombre de la virtud o la moral incluso. El poder no sólo económico sino también social y, el más vergonzoso, el adquirido sobre otro ser, era uno de los vicios más aplaudidos en la época: “Por el camino vio a un hombre que golpeaba a un caballo para obligarlo a arrodillarse”. La autora indaga en las verdaderas raíces de ese poder, de esa ansia destructiva, de la crueldad diaria y sin sentido: “Los europeos podían matar a las madres con toda tranquilidad, disparar a los ancianos en la cara con mosquetes más ruidosos que los gritos de los alces, pero se enfurecían si alguien que no era europeo los miraba a los ojos”. Esa mirada les desafiaba más que el llanto pues ponía de manifiesto dónde radica la libertad real: en los ojos del esclavo y no en el látigo. Quien emplea una crueldad así de gratuita y terrible es el que se siente realmente condenado (el herrero le explica a Florens que “los esclavos le parecen más libres que los hombres libres”).

En esta obra, Toni Morrison, nos acerca a un lugar y época cuyos acontecimientos no han de ser olvidados nunca y que, por desgracia, aún sobreviven, por nuestra evidente ceguera, más allá de la memoria, en el mundo real donde la injusticia y compra y venta de seres humanos –en el sentido más amplio- siguen ejecutándose con total impunidad; de ahí, por tanto, la necesidad extrema de que una voz como la de Morrison nos advierta la escasa diferencia que separa a un hombre de un monstruo y de la facilidad con que puede propagarse este terrible virus.

Nos recuerda, también, cómo a lo largo de la historia, la mujer sigue siendo la principal víctima: “Ser mujer en este lugar es ser una herida abierta que no puede curarse”. Una bendición, sin duda alguna, que alguien eleve su voz ante la injusticia del pasado y del presente.